El Ángel Negro





"...la felicidad comprada es una alucinación en la que sólo cabe suponer que es cierta."



 El Ángel Negro
Por Daniel Rubio.

         Sentirse mal es irremediable en algunos momentos, puede que sea algo parecido a la redención, de otro modo, no lo entiendo. Es un estado en el que tu mente no actúa, sino simplemente se dedica a funcionar en modo autómata; no sientes nada más allá de ese vacío interior que te carcome por dentro y oscurece tu vida por fuera; una fuerza que impide que seas capaz de observar qué hay, o qué tienes, a tu alrededor y provoca que de ningún modo tus movimientos sean más rápidos a tus pensamientos.

          Y al final, te das cuenta de que todo eso no importa, pues la realidad es muy diferente de como la percibimos. Dudo, siquiera, que exista algo real hoy día, cuando le damos más importancia a lo más superfluo y dejamos a un lado lo que podría ser interesante y no nos molesta no llegar a saber si lo era. Y sabemos cómo idear excusas para no realizar el esfuerzo, la mayoría, basándonos en el imposible.

          Vivimos en alerta constante; vivimos en preocupación constante; vivimos porque existimos, pero nada más.

          La felicidad no existe; puede ser que no sea más que otra invención para llenar esos huecos que carecen de lógica, pero la felicidad no existe, estoy convencido de ello porque de lo contrario ésta no se podría comprar. Los momentos de felicidad gratuita bien podrían ser como pequeñas muestras comerciales.

          Es difícil ser feliz; es difícil no estar preocupado, pero más difícil es vivir. Estamos encadenados.
      Y yo estoy harto. No puedo seguir en la estela de algo que martillea mi mente y ya no soy un encadenado.

          Reflexiono todo esto mientras monto el rifle.

         La mañana es perfecta, tal y como está dibujada en mi mente. No hace calor ni frío; no existe brisa alguna que me obligue a corregir lo que dicte el punto de mira; ni está nublada, por lo que no debo forzar mi deteriorada vista, la cuál era perfecta antes de que Vicente Urquijo me la arrebatara en mi última misión. El me dio la vida, me esclavizó y me formó con sangre. Él decidió que yo sería uno de los asesinos a sueldo más buscados, famosos, ricos y eficaces. Me puso al servicio de gobiernos, narcos, terroristas y sectas.

         Y yo obedecía. Me daba igual la víctima y mucho menos quién o qué había detrás de ella, él quiso que no sintiera nada excepto una cosa: La pérdida de mi madre. Y en realidad, no sé si eso era un sentimiento existente, porque no era más que un deseo de un increíble narrador.

         Vicente Urquijo podría haberme matado, hubiese sido fácil para él, de hecho lo intentó y de ahí mi vista defectuosa, un rostro que antes era bello y ahora está desfigurado y muchas cicatrices en mi cuerpo, demasiadas. Pero no lo hizo, no pudo terminar con el hijo que le había dado la gloria en forma de dinero y fama. Y aún así, no es feliz, porque la felicidad comprada es una alucinación en la que sólo cabe suponer que es cierta. Él quiso que yo nunca fingiese, y así fue y así sigue siendo, para mí la felicidad es diferente y no está a la venta. Tal y como yo la concibo es como una pieza única de museo que jamás será vendida, y para alcanzarla, hay que robarla.

         Me dio la vida, me esclavizó y, sin quererlo ni saberlo, me dejó libre.

         Mientras la bala entra en su cabeza lo único que hago es respirar. Y sonrío; y siento que la felicidad robada es más sabrosa que la fingida a pesar de la rapidez con que se evapora.

         Muchos echarán de menos al gran escritor que creó al asesino a sueldo más eficaz. Pero yo lo único que siento es que no me hubiese matado mucho antes de escribir que yo fui el asesino de mi madre. Lo describió como un accidente, pero eso bajó mi nivel de eficiencia, sólo porque él así lo quiso, y cometí un error y terminé en una sala de tortura. Allí pensé que acabaría conmigo, pero no lo hizo, simplemente dijo al mundo que ya no habrían más historias del Ángel Negro. Y eso es cierto, la diferencia radica en que el Ángel Negro ha escrito el final.

         Y ahora sí, llueve.

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