El baile del miedo
"como si el miedo la hubiese abrazado para
comenzar un baile donde no hay palabras de amor, tan sólo susurros amenazantes
en el oído"
Por Daniel Rubio
EL
BAILE DEL MIEDO
A María nunca le han
gustado los lunes porque creía que eran la frontera entre la libertad y la
obligación de verse anclada durante un buen puñado de horas en el mismo sitio.
Pero ese lunes era distinto, para ella era el día más feliz de su vida, al
menos, eso creía mientras avanzaba a golpe de tacón hacia el trabajo.
La mañana era excepcionalmente bella, y en
vez de caminar cabizbaja y somnolienta como era habitual, lo hacía con un
pestañeo de felicidad que ensalzaba todavía más su hermoso rostro. Esta vez lo miraba todo sin prestar demasiada
atención a nada, tan solo el brillo del suelo, todavía húmedo por la lluvia del
día anterior, rompió su pensamiento. Sonrió sin motivo aparente, hizo un ligero
ademán de negación con la cabeza, como si no fuese posible, y cayó de nuevo
presa de esa idea que la estaba haciendo tan feliz.
—Buenos días, Sonrisa Tonta —le dijo
Eva, su compañera de trabajo, en cuanto María cruzó la puerta de la joyería en
la que trabajaban.
—Buenos días, Chispitina.
—¡Uy! ¿Ha pasado algo de lo que
todavía no me he enterado? Porque esa sonrisita me dice que sí —añadió Eva en un
tono mordaz que se sabía fingido.
María se sonrojó y se dispuso a
contar la nueva:
—Esta mañana he encontrado algo en el
cajón de los calcetines de Hugo… —María sonrió al tiempo que dejaba deslizar la
suposición en el aire.
—Hmmm.
El gruñidito de Eva provocó que ambas
mujeres se abrazaran de alegría. Sobraban las palabras, pues ellas sabían muy
bien por dónde iban los tiros.
Hablaban de ello todo el rato, incluso
mientras organizaban el muestrario o atendían a los clientes sin importarles su
presencia. Algunos, hasta le dieron la enhorabuena sin recelo a quedar de
mojigatos por entrar donde no los llaman.
Apenas a unos minutos del cierre del
mediodía, una mujer de edad avanzada, hizo sonar el timbre de la joyería.
—Joder con la abuela, seguro que no
ha tenido tiempo en toda la mañana —dijo Eva, molesta porque eso retrasaría que
continuasen haciendo planes durante la comida.
Apretó con desgana el botón del
automático y sacó la mejor sonrisa que supo fingir. La anciana cruzó el umbral
y dejó que la puerta se cerrase a su suerte, aunque no llegó a hacerlo. Dos
encapuchados irrumpieron en la joyería con tal fiereza que la anciana cayó al
suelo por el atropello. Uno propinó un puñetazo a Eva, que cayó igual que un
trapo tras chocar con la vidriera que tenía detrás. María quiso refugiarse en
la trastienda, pero el otro asaltante la atrapó por el brazo y la lanzó contra
el mostrador de madera, en el cuál se estrelló con la boca del estómago y se
rompió un par de costillas.
Eva se recuperó del golpe y vio cómo
los encapuchados rompían los mostradores y arrastraban el contenido a unas
bolsas de deporte. Se arrastró por el suelo con la intención de averiguar dónde
estaba María, pero no pudo más que ver a la anciana tirada en el suelo y
llorando. Alzó la mirada para proyectarla contra uno de los encapuchados que se
había plantado delante para cortarle el paso.
—El dinero, ¿dónde está?
Eva no pudo hablar, señaló la caja
mientras el pánico la hacía temblar. El asaltante pasó por encima de ella en
dirección a la caja.
En unos cuatro minutos se marcharon
del local y a Eva le costó unos siete minutos más recuperarse y ponerse en pie.
Fue la primera. Barrió la tienda con la mirada intentado creer lo que había
pasado. Ayudó a la anciana a sentarse en una de las sillas y se asomó tras el
mostrador de María y donde supuso que todavía estaría. Así era. Físicamente
parecía estar bien, pero tenía el alma tan rota como sus costillas, y eso era
mucho más doloroso.
¿Por qué hoy?
El resto del día fue una tortura burocrática que
se desenvolvía entre médicos y declaraciones a la policía. Eva narró los hechos
prácticamente a la perfección, pero en cambio, María, permanecía ausente. No
podía más que responder con sí o no a las preguntas que le iban formulando, y
cuando esta requería una explicación, o peor aún, recordar con detalle lo
sucedido, ésta callaba y desviaba la mirada, como si el miedo la hubiese
abrazado para comenzar un baile donde no hay palabras de amor, tan sólo susurros
amenazantes en el oído.
Alrededor de las siete de la tarde,
Eva, intentó ponerse en contacto con Hugo para ponerle al corriente de lo que
había ocurrido y para que fuese a por María al hospital, pero no hubo forma. El
móvil lo tenía apagado o bien estaría en una zona donde no tuviese cobertura.
Lo intentó varias veces pero siempre le salía el irritante mensaje de la
compañía que le suministraba el servicio para decirle, a fin de cuentas, que
volviese a intentarlo más tarde. Eva no quería que su amiga pasase el resto de
la tarde sola, pero para ella tampoco estaba siendo fácil y quería pasar el
resto de la tarde con su familia tranquilamente. Se convenció pensando que a
María quizá le viniese bien pasar la tarde tranquila en su casa y que Hugo no
tardaría en llegar del trabajo, quizá, incluso, ya estuviese en casa.
—María, si quieres puedo llevarte yo
a casa. Hugo no coge el teléfono y creo que estarás mejor allí, ¿qué dices?
María asintió y se dejó llevar del
brazo por su amiga.
Al entrar en la casa, María, actuó como un autómata que repite una misma
rutina diariamente, solo que esa no era su rutina. No era la forma ni el modo
en que ella regresaba a casa un día cualquiera. No fue a la ducha directamente
ni después se preparó la tostada para posteriormente sentarse en el sillón a
degustarla mientras veía algún programa de telebasura hasta que regresaba Hugo.
Entró y lanzó el bolso al sillón que había nada más entrar y subió directa a su
habitación. Se sentó en la cama y miró de reojo a la mesilla y vio que la luz
roja del contestador parpadeaba indicando que tenía un mensaje. Pero no pudo
escucharlo, el miedo todavía le bloqueaba cualquier pensamiento o reacción que
no fuese el propio miedo. ¿Y cómo bloquear el miedo? Deslizó la mano hasta el
cajón de la mesilla y de su interior sacó un bote de diazepam. Tomó un par de
ellos y se recostó en la cama.
Despertó de sopetón del letargo
inducido por el fármaco y se recostó con pereza y dolor al borde de la cama.
Aguzó el oído. Creyó haber escuchado algo en el piso de abajo. Ahora que estaba
alerta, no oía nada. Pero ya no pudo dormir, consultó la hora en el teléfono y
miró en el lado que dormía Hugo. No era normal que todavía no hubiera llegado a
casa. Aquél lunes nada era normal. Le pareció oír una especie de crujido, una
vez más. Se creía despierta y pensaba que el subconsciente no la estaba
engañando.
—¿Hugo? ¿Hugo?
Encendió la luz de la habitación y
caminó hasta el borde de la escalera para echar un vistazo a la planta de
abajo. Solo había sombras juguetonas estimuladas por las farolas de la calle. O
quizá provocadas por la sugestión. Debió pasar ahí diez minutos hasta que
comprobó que no había nadie en la casa. Y hasta que ella no se creyó segura no
se aventuró a caminar el escaso metro que la separaba del interruptor que
encendía las luces de la escalera. Echó otro vistazo y bajó despacio, como si
sus pies descalzos quisieran saborear el granito con el que estaban forrados
los escalones. El miedo jugaba con ella, pero ahora era más sutil, más
efectivo, pero más atractivo. Recorrió las tres pequeñas estancias que tenían
en la planta baja, el salón comedor, un pequeño despacho y la cocina. Ahí se
detuvo. Clavó la mirada en el cajón donde guardaban los cubiertos y los
cuchillos de cocina. Ya estaba harta del miedo y su juego, quería sentirse
protegida y esa era la solución. La elección era fácil, el más grande, el que
por envergadura iba a mantener lejos a ese demonio.
De nuevo escuchó un ruido, y aunque ahora
tenía claro que todavía estaba aletargada por el fármaco, también sabía que ese
ruido había sido real. Apagó la luz de la cocina y caminó hacia atrás mientras
alzaba el cuchillo, como si su mayor enemigo ya le respirase encima y con ese
acto pudiese ahuyentarlo. Cuando chocó con la pared, cerró los ojos y esperó.
El miedo quería bailar una vez más, la quería a ella. Le gustaba cómo se
retorcía medio hipnotizada, le gustaba ese aroma agridulce que exhalan las
personas que son corrompidas por él y el modo en que llorisquean cuando se
creen en peligro.
Su percepción del tiempo se había
tornado espesa, ya no existía tal cuál y era imposible saber el que había
permanecido contra la pared y con el cuchillo en alto. Escuchó algo de nuevo,
esta vez en la planta de arriba. Caminó hasta el umbral de la cocina pensando
que la mente le estaba jugando malas pasadas, que eso no podía ser real. Se
asomó con cuidado, salió un poco más y miró hacia arriba. Una sombra se deslizó
por la puerta entreabierta de su habitación. Ladeó la cabeza afinando el oído
al tiempo que miraba de reojo hacia la habitación.
—¿Hugo?
Escuchó el fuerte rasgueo de la
madera al rozar sobre sí misma y un golpe al final. Alguien estaba mirando en
los cajones y ella lo había puesto de sobre aviso. Caminó de espaldas negando
repetidas veces con la cabeza y se apostilló detrás de la puerta de la cocina.
Sus negaciones se aceleraban al ritmo de los pasos que marcaban el descenso de
las escaleras dejando en el ambiente un claro mensaje: ¿Por qué hoy? ¿Por qué
dos veces? Cerró los ojos y alzó el cuchillo por encima de su cabeza ignorando
el dolor que eso infligía a sus maltrechas costillas. Ya estaba encima, escuchó
el clic del interruptor. Y dejó caer el cuchillo. El miedo estaba saboreando el
jugo que más preciaba, la sangre.
—María…
Hugo cayó de rodillas frente a ella.
La hoja había entrado justo en la unión entre el cuello y los hombros de la
parte derecha. María soltó el mango del cuchillo y se llevó las manos manchadas
de sangre a la boca a la vez que dio un paso hacia atrás. Él la miraba entre la
neblina mientras con la mano izquierda buscaba la empuñadura del cuchillo. En
su confusión se preguntó qué había pasado. Y la mirada de Hugo se detuvo al
tiempo que habría la mano derecha para dejar caer un anillo. Entonces el miedo
lo miró a él a los ojos para ver el reflejo de su obra y dedicarle la mejor
sonrisa que pudo fingir.
“¿Bailas
conmigo?”
Hola, Daniel, que gran sorpresa después de tanto tiempo. Hace unos minutos entré en blogger y vi tu entrada, asi que me puse a leer este relato que hoy nos ofreces y aquí me encuentro con la intención de transmitirte mi opinión sobre él.
ResponderEliminarEn primer lugar he de felicitarte por el diálogo del texto, está muy logrado, en segundo lugar, muy bien por ese relato lleno de intriga que consigue mantener el interés hasta el final, al tiempo que nos ofrece la posibilidad de reflexionar. No existe un solo minuto en nuestro camino del que seamos dueños exclusivos. Es la vida, las circusntancias, el azar, quien se encarga de darle la vuelta a nuestro presente cambiándonos el futuro en cuestión de segundos y sin pedirnos permiso.
Te felicito, Daniel
Un abrazo
FINA
PD: espero que no te hagas tanto de rogar con tus entradas.
Gracias, y sí, la verdad es que no ando muy currante últimamente, pero estoy contento de volver a escribir algo.
EliminarAntes de nada bienvenido, el relato es una genialidad, ya que tiene todos los ingredientes para no dejarlo hasta llegar al final. Enhorabuena campeòn.
ResponderEliminarun abrazo
Mucha gracias Fus, pedazo de halago...
EliminarHola Daniel,estupendo relato,has conseguido que lo lea hasta el final,teniendo en cuenta que soy una miedica y este tipo de lectura,me pone nerviosa ;) enhorabuena :) ademas has conseguido que me gusten un poco mas los Lunes :P jeje,un saludo!!
ResponderEliminarIgnora el miedo, no vaya a ser que quiera bailar contigo. Y los lunes al sol. Un saludo.
ResponderEliminarSuerte que hoy es jueves ...
ResponderEliminarQue ansiedad, hijo. Mira que a mi las cosas de miedo no me gustan, pero esta sí, engancha. A seguir así
ResponderEliminarHacía mucho. Frases cortas, conciso... sigues con tu toque.
ResponderEliminarMe gusta
Esplendido, me ha encantado...tenemos que contestar cuando nos llama una mujer...jajajjaja
ResponderEliminarun abrazo
Es bueno que reposes,,cada vez que retomas el escribir te superas,,me ha encantado.
ResponderEliminarEstupendo relato!!
ResponderEliminarMe encanta poder saludarte, Daniel Rubio!
Saludiños...
genial macho, en tu linea. un abrazaco
ResponderEliminarGracias gente!!
ResponderEliminarTe prodigas poco, pero cuando lo haces demuestras que para ti es "como ir en bici". Un buen relato, equilibrado, ni corto ni largo, con un tempo adecuado y un buen final, creible.
ResponderEliminarGustau.
Inquietante, intrigante, final inesperado, diálogos perfectos...en fin, no soy una experta,pero me ha gustado mucho.
ResponderEliminarLo que tardas en aparecer diablillo y fíjate de que manera con el alma en vilo.Me ha gustado mucho inquietante,misterioso y permiteme decirte que con final previsible,besos.
ResponderEliminarMuy buen relato, con las dosis exactas de dureza, casualidad, enredo y miedo, sobre todo miedo. A veces el destino nos juega malas pasadas, pero no nos queda otra que seguir bailando... Felicidades, Daniel.
ResponderEliminarSolo puedo daros las gracias por entrar a leer y molestaros en dejarme un comentario. Espero que no me retrase tanto en el siguiente como con este y espero, todavía más, subir el nivel para satisfacer a la Mamen, si es que lo consigo algún día... brrrrr
ResponderEliminarYa te lo han dicho casi todo... aún así y reiterándome te digo GENIAL!!!
ResponderEliminarBellísimo relato. Cariños Daniel.
ResponderEliminarHola Daniel, siento haber tardado tanto en escribirte. Cuando vi la foto en blogger supe que tenía que leerlo.
ResponderEliminarEl texto me habla del miedo, pero es de un 'miedo que mata', lo cual aparece de forma explícita.
En una ocasión una mujer llamada Mª Adela Palcos me dijo que el miedo mata... he podido comprobarlo. ¿Aunque cómo nos sustraemos del miedo?
Por otro lado aparte de ser una buena historia de miedo, hay una historia todavía más fuerte de amor. Al principio de la historia, parece un amor como cualquier otro... pero el remate final: "¿Bailas conmigo?", lo pone al descubierto con mucha fuerza, aunque hasta entonces estaba velado por los acontecimientos.
Un abrazo, me ha gustado mucho.