El destello de un recuerdo, parte IV
Por Daniel Rubio
El destello de un recuerdo, parte IV
El destello de un recuerdo, parte IV
Cierras los ojos. Quieres recordar. Quieres que salgan sin prisa y que revoloteen felizmente por tu cabeza. Quieres volver al día más feliz de tu vida… pero no lo consigues. Una vez más, te ha cogido desprevenido e inunda tu alma con el peor de los recuerdos. Entonces, lloras.
Natalia había fundido y consumido varias micras de heroína y su conciencia se veía alterada por la droga. David se mantuvo firme en su constante vigilancia. Miraba a su madre con asco y miedo. Natalia le devolvió la mirada brevemente y cayó fulminada en el sillón. Al principio, David no supo cómo reaccionar. Miró hacia un lado y hacia otro en un intento absurdo de que alguien le ayudara, pero estaba solo. Comenzó a respirar de un modo salvaje, a sacudidas, como si el corazón no le cupiese en el pecho y quisiera salir de su reducido hueco. La rabia que le producía saber que él no podía hacer nada le hizo correr hacia el cuerpo inerte de su madre, arrancarle la plata de las manos, hacerla una bola y lanzarla de allí con un puntapié. Después, montado en cólera irracional, la agarró por los pelos y comenzó a darle golpes continuos mientras berreaba como si el diablo le hubiese arrancado el alma.
Gema salió de la habitación con el pantalón manchado por el orín que aún goteaba. Se quedó mirando cómo su hermano golpeaba salvajemente a su madre. Y, al ver aquello, rompió a llorar angustiosamente, dejándose caer al suelo. Francisco también comenzó a llorar, provocando que la mezcla de sonidos tan dispares taladrara como un cóctel de sonidos fabricados por algún demente.
Tras una hora golpeando a su madre, David se detuvo extenuado por el tremendo esfuerzo y la consecuente falta de oxígeno. Miró a su hermana, que todavía permanecía en el suelo, y miró sus manos. En una había un mechón de pelo negro como el tizón, grasiento y estropajoso; en la otra, un hilillo rojo que goteaba silenciosamente por entre sus dedos. Le dolía la mano, la tenía hinchada. A pesar del cansancio, se dirigió tranquilamente hacia el lavabo y se quitó la sangre. Después, con la mano hinchada y amoratada, fue adonde estaba su hermana, se arrodilló ante ella y le susurró que se fuera a dormir. Gema obedeció al instante, pero desconfiaba de su hermano.
David, tras permanecer unos minutos, en el lugar que antes ocupaba su hermana, mirando el desfigurado rostro de su madre punteado en sangre, fue a por Francisco, que todavía lloraba en la cuna. El llanto del pequeño cesó en cuanto notó los brazos de su hermano, que se quejó brevemente del dolor que tenía en la mano cuando quiso abrazarlo con fuerza. Lo llevó a su habitación y lo acostó junto a su hermana, la cual lo abrazó con ternura. A continuación, salió al patio de la finca e intentó en vano que algún vecino le ayudara. Cuando se dio por vencido, se echó a la calle. Eran las tres y media de la mañana y las calles se presentaban infaustas y solitarias. Caminó hacia el Mercat Central y por el trayecto fue derramando dulces lágrimas de cristal.
Cuando se encontraba con alguien, solicitaba ayuda, pero todo el mundo huía de él como si portase algún tipo de enfermedad contagiosa. Siguió caminando hasta que, cerca del ayuntamiento, lo paró un coche de la policía nacional. Sin darle tiempo al policía a que preguntase nada, David dijo:
—Mi mamá no está. ¿Me pueden ayudar?
FIN El destello de un recuerdo, 20 años después
hay niño¡¡ mi corazon quedo apretadito..
ResponderEliminar..tu yaya..postisa
Acción rápida, casi vertiginosa al igual que una droga...tu historia viaja por las venas!
ResponderEliminarEstamos...!
Mil saludos!
Como me duele...
ResponderEliminarTriste y maravillosa historia.
Muy bien Dani. Me gustas! ;-)
Has contado una triste historia. Bien.
ResponderEliminarHistoria demoledora por su realismo.
ResponderEliminarMuy buena.
Francisco
Gracias a todos, siempre es un placer encontrar comentarios. Un fuerte abrazo a todos.
ResponderEliminarUna historia triste..y muy dura.
ResponderEliminarSaludos.