El destello de un recuerdo, parte III

Por Daniel Rubio
El destello de un recuerdo, parte III

 
El recuerdo que te embiste en la noche es el más peligroso. En ese momento eres vulnerable y tu subconsciente se deja llevar deliberadamente. Tú lo sabes, pero no puedes hacer nada por salir de ese bucle.
A la mañana siguiente, la vivienda despertó en silencio y entre escasa luz polvorienta. Además, olía a alcohol y prácticamente todo el suelo estaba pegajoso.
David y Gema apostaban sus cromos sentados en el suelo de la entrada mientras Francisco gimoteaba en la cuna, abandonada en mitad del comedor porque, seguramente, aquella noche no les dejó dormir bien.
Jorge, quien el día anterior miraba el montón de billetes inflamado por la mezquindad, despertó en el sillón del comedor y, con pasos torpes y los ojos extenuados por la resaca, se dirigió hacia la habitación donde debía de estar durmiendo el Tomate.
—¡Me cago en tos sus muertos!
Salió a toda prisa y repentinamente despejado. Cuando volvió a pasar por donde jugaban los dos hermanos, tropezó con uno de ellos y cayó al suelo. Desde allí, le dirigió una mirada letal a David, que reía tímidamente, y le encajó una patada en la mandíbula que le hizo rodar hacia atrás. Un instante después, Juan abrió impetuosamente la puerta corredera de su habitación y preguntó qué pasaba. Después, miró a David, el cual se incorporaba gimoteando y dolorido mientras se sujetaba la boca. No dijo nada, aunque intuyó lo que había ocurrido.
—El Tomate se ha pirao.
Juan no añadió nada. Rápidamente, se dirigió hacia el comedor y levantó los cojines y las fundas de los sillones donde escondieron el dinero. No había nada.
—Me cago en mi puta madre. ¡Qué hijo de…!
No pudo terminar la frase porque la puerta de la calle se abrió de un portazo, rozando en un suspiro a los dos hermanos, que permanecieron inmóviles en el suelo. Un grupo de policías armados entraron anegando el piso al grito de «¡Todo el mundo al suelo! ¡Policía!»
Jorge se quedó petrificado en el suelo; pero a Juan lo tuvieron que placar cuando intentó saltar por el balcón, aunque de poco le hubiese servido, pues había más policías. A los dos hermanos y a Francisco los llevaron a la cocina y los dejaron bajo la vigilancia de una agente. Mientras los dos hombres permanecían esposados y la policía registraba el piso, un hombre de traje gris y corbata se dirigió a los reos. El hombre en sí no imponía nada, pues era bajito y gordo, pero de su garganta nacía un torrente de voz grave que hacía el trabajo sucio.
—¿Dónde está el dinero? —preguntó.
—No sé de qué me hablas —contestó Juan.
El hombre del traje quiso añadir algo más, pero se vio interrumpido por una mujer que gritaba mientras un policía la sacaba de la habitación a la fuerza, sin importarle darle algún golpe de vez en cuando.
—Estaba debajo de la cama, escondida.
—Déjala ahí, ella no tiene nada que ver, y llevaos a estos dos al furgón. Hay que registrar todo una vez más. Me parece que el tal Tomate nos la ha jugado a nosotros también.
Natalia berreaba al ver cómo se llevaban a Juan; pero aquella noche, en vez de pasarla felizmente con sus hijos, intentando sobrellevar la mala fortuna, decidió desenvolver un trozo de plata y aspirar el humo de la escurridiza gota que traqueteaba persiguiendo la llama del mechero que la incentivaba por debajo.
Continuará…

El destello de un recuerdo, parte IV

Comentarios

  1. Jajajaj David debes entender que si te hacen comentarios positivos, es porque realmente es enganchadora tu narración y muy entretenida..Genera el seguir...así que siga amigo. saludos Víctor GM

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  2. Realmente triste la vida de los pobres chiquillos.
    Muy bueno, Daniel.
    Un abrazo.
    Francisco

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  3. Has dejado en su punto la intriga, lo que sigue hay que esperarlo con ansias. Muy bien, Daniel.

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  4. Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. La verdad es que eso me da más fuerza para sacar el tiempo que en verano me falta para poder escribir. Un fuerte abrazo a todos.

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  5. Esta bueno! no tardes en contar como sigue la historia!!!!!
    besos!!!!

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