MIRADA DE CARAMELO
Fue una calurosa mañana de Noviembre, hecho que le importaría a alguien de no haber sido un sábado por la mañana, el día que más frío sentí. Apenas las nueve de la mañana y la calle ya estaba llena. Niños en bici, vecinos conversando en portales o de ventana a ventana, más niños a un lado, música de mil estilos diferentes surcando el aire, y más vecinos yendo de un lado a otro sumidos en sus quehaceres, rutinas o perdiendo el tiempo como les venía en gana. Odio todo eso. De haber dependido de mí, habría desaparecido de un chasquido. He dicho odio cuando en realidad quería decir odiaba, porque todo aquello si bien no desapareció de un chasquido, lo hizo en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cuántos años llevaba observando esa calle desde una ventana? Nadie los contaba, y yo era nadie, por lo que puedo decir con total seguridad que eran diez años. Diez años de vecinos que vienen y van, niños que crecen y sustituyen a los adolescentes que han desaparecido de la calle conve