MIRADA DE CARAMELO
Fue una calurosa mañana de Noviembre, hecho que le importaría a alguien de no haber sido un sábado por la mañana, el día que más frío sentí.
Apenas las nueve de la mañana y la calle ya estaba llena. Niños en bici, vecinos conversando en portales o de ventana a ventana, más niños a un lado, música de mil estilos diferentes surcando el aire, y más vecinos yendo de un lado a otro sumidos en sus quehaceres, rutinas o perdiendo el tiempo como les venía en gana. Odio todo eso. De haber dependido de mí, habría desaparecido de un chasquido.
He dicho odio cuando en realidad quería decir odiaba, porque todo aquello si bien no desapareció de un chasquido, lo hizo en un abrir y cerrar de ojos.
¿Cuántos años llevaba observando esa calle desde una ventana? Nadie los contaba, y yo era nadie, por lo que puedo decir con total seguridad que eran diez años. Diez años de vecinos que vienen y van, niños que crecen y sustituyen a los adolescentes que han desaparecido de la calle convertidos en adultos, o se unen a los que siguen en la adolescencia bajo apariencia de adultos.
Para muchos, diez años es mucho tiempo, y no, diez años no son más que un suspiro de vida. No disponemos de muchos suspiros. Malgasté uno, encerrado como mero espectador de cómo otros iban malgastando los suyos, y así iba acumulando miedo. La misma trampa, en el mismo sitio, y como moscas a la luz que va a matarlas, acudimos. Cada uno con sus miedos, cada uno con sus demonios, acudimos.
La mañana que más frío sentí, era la mañana más calurosa del invierno. Si hubiese despertado de un coma cuando sonó el timbre de casa, habría creído vivir un día de primavera algo fresco. Vete a saber qué me llevó a abrir la puerta e interactuar con el mundo de fuera.
—Hola, acabo de mudarme aquí al lado bla, bla, bla,bla…
Ya no escuchaba y ni siquiera supe a qué dije sí, pero cuando volví a la ventana cerré los ojos para emular en mi memoria esa mirada de color caramelo y tras abrirlos, me di cuenta de que la única forma de hacer desaparecer todo aquello, era estando al otro lado de la ventana, compartir mis miedos y mis demonios y si no vencerlos, decirles que su compañía es una motivación.
Solo fue necesario un abrir y cerrar de ojos desconocido para dejarme helado.
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