El destello de un recuerdo, parte II
Por Daniel Rubio
El destello de un recuerdo, parte II
Cuando un recuerdo te asalta, es imposible zafarse de él. Es como si una fuerza invisible te atase de pies y manos y te obligase a vivirlo una vez más…
Habían pasado varias semanas desde el anterior incidente. Juan ya no salía a su trabajo fingido, es más, lo desarrollaba en casa. David se quedaba embobado, viendo cómo trazaban líneas en un callejero de Valencia y escuchando las teorías que exponía Juan.
- Esta calle es dirección prohibida, por lo tanto, es por ahí por donde iremos en cuanto salgamos del banco. Así tendrán más complicaciones si pretenden seguirnos.
Los dos hombres que lo acompañaban atendían sus palabras y asentían dándole la razón. Sobre todo uno. Éste tenía el pelo largo y la cara inflamada en un fuerte tono rojo que le daba un aspecto juvenil y era el causante de que le llamaran, Tomate. Y cuando hablaba, lo hacía con calma y sus gestos, fuera de contraste, eran afeminados.
En cuanto terminaron, Juan ofreció un juego a David. El cuál consistía en pintar de negro tres pistolas de agua. David, emocionado por el compromiso, aceptó encantado.
Dos días después, el ajetreo en el piso era excesivo en un ir y venir constante por parte de los tres hombres. David y su hermana lo observaban todo desde el suelo, justo en la entrada de la vivienda dónde tenían costumbre de jugar a los cromos. Natalia, ya no era la misma que días atrás fuera a recogerlos a casa de su abuela. La dejadez comenzaba de nuevo a invadirla cual parásito se aferra a la piel del perro que lo alimenta. En el ambiente flotaba una tensión infausta que, a medida en que cesaba la actividad, se extendía en el aire como un olor fétido.
- Bien, 8 en punto, vámonos.- Ordenó Juan.
Los dos hombres que lo habían acompañado en la casa desde hace un par de días, salieron cargados con bolsas de deporte y con el aspecto ligeramente cambiado.
Regresaron ya entrada la noche, David y su hermana dormían en una de las habitaciones mientras que Francisco, como siempre, lo hacía en la habitación de la madre, aquella noche, Natalia, les sugirió que durmieran juntos en la parte baja de la litera. A David no le gustó aquello, siempre dormía arriba. Los tres hombres entraron en la vivienda en una huella de risas y voces.
David y Gema salieron de la habitación para contemplar el espectáculo. Sobre la mesa, donde se solían sentar a comer, se levantaba una montaña de billetes de todos los colores. Juan los lanzaba al aire y caían en un lento vuelo igual que si fueran confetis. Tomate, se reía escandalosamente y pataleaba en el suelo como si fuese un chiquillo de dos años al que le hacen cosquillas. El otro, de semblante más serio, lo único que hacía era mirar el montón de billetes con los ojos prendidos en avaricia. Natalia, acariciaba la espalda de Juan, desatendiendo el llanto del pequeño Francisco, que se agitaba en la cuna desconsoladamente.
Continuará…
El destello de un recuerdo, parte III
Me encanta,tengo ganas de más!!!jejeje
ResponderEliminarGenial. Fatático el primer párrafo. Cuanta verdad encierra. Yo misma lucho cada dí contra alguno.
ResponderEliminarMe encantan tus letras. Sigue así.
Triste el adulto que, ensimismado con su propio ombligo, no ve la belleza que encierra los ojos de un niño.
ResponderEliminarMuy bueno, Daniel.
Un fuerte abrazo.
Francisco
me gusto...y eso que lo lei sin lentes,imaginate!
ResponderEliminarhace poco me los recetaron y jamas me acuerdo donde los dejo...jajaja!
besos!
Esperé a la segunda parte para hacer comentario, pero veo que la cosa va para largo y se pone más interesante, sigue así.
ResponderEliminarUn saludo compañero.
Juan Carlos.